viernes, 7 de agosto de 2009

Sara y el duende de la canica verde

Cuando su abuela Alina le regaló la caja de música, decidió que en ella guardaría los objetos secretos que tenían entre las dos. Al ser una caja de música nadie se imaginaría que en ella se guardaban secretos en vez de joyas, así que ocultarlos allí había sido una idea magnífica. Desde que Alina falleció, no había vuelto a coger las canicas que guardaba en la caja. El juego de las canicas consistía en que Sara elegía una, y Alina le contaba su historia mientras su nieta se quedaba dormida con la canica en la mano. Aunque aun no sabía qué era lo que ocurría exactamente, cada vez que Alina le contaba una historia de una canica se pasaba la noche soñando con la historia, y al amanecer le gustaba buscar las diferencias entre la que se había imaginado y la que había soñado. La última vez que vio a su abuela con vida fue jugando a las canicas. Estaba apunto de quedarse dormida escuchando el final de la historia de la canica verde cuando Alina cortó repentinamente y calló al suelo redonda. Sara no se asustó. Sabía que su abuela era mayor y que tarde o temprano pasaría. Así que lo primero que hizo fue recoger las canicas con cuidado de que no faltara por coger ninguna y guardarlas en la caja antes de que alguien la viera.
Después de todo este tiempo pensó que era hora de sacarlas de su escondite. Las arrojó al suelo y las contó varias veces por si faltaba alguna. Estaban todas. Las ordenó por colores, luego por tamaños, luego por colores y tamaños, y cuando ya no sabía qué más hacer con ellas se acordó de la canica verde. Allí estaba, era la más pequeñita de su color. La cogió para verla más de cerca y al descifrar lo que había dentro se le cortó la respiración. El pequeño duende del cuento le sonreía desde el interior de la canica y hacía señas como para llamar su atención. Al pasar unos segundos y asegurarse de que Sara atendía, el duende sacó de su bolso una foto de Alina cuando aun seguía viva. Se la enseñó a Sara durante unos pocos segundos y luego guardó la foto de nuevo y salió corriendo de la escena.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Qué quería decir aquello?¿Había elegido ella el momento en que debería morir su abuela al escoger la canica? ¿Su abuela era el mismo duende y la había tenido encerrada en una caja durante tanto tiempo? Tenía que ser eso. No dudó en agarrar la canica y quedarse dormida en la alfombra. Quería ver qué nuevas historias tenía que contarle su abuela.

3 comentarios:

Desilusionista dijo...

Dios. Eres genial.
Voy a tener que obligarte a escribir durante horas.
En serio...joder!

Azorín dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
b dijo...

(No publiques, obviously).

Es fácil hacerse invisible, y más cuando os han dicho que no os acercarais, pero no entiendes las indirectas. Zamora no es mia, ni esa parcelita de los Pelambres tampoco, desde luego que no, pero parece que te gusta hacerme ver lo poco que te afecta verme allí y lo mal que sabes que me haces sentir, pensé que al menos respetarías eso, pero ya sé que no, porque como tu muy bien has dicho, pocas cosas te quitan el sueño y no es cuestión
de que yo tenga mala ostia o no, es cuestión de que tu haces un daño enorme y nunca te das cuenta.

No puedes acercarte a mi hermana, preguntar por mi, a los 2 minutos aparecer yo y hacer como si no estuviera allí. ¿De verdad pensaste que Carlos no sabía nada de mi? No me merecía que me fueras dejando en los portales, solo, al igual que tu no te merecías, ni te mereces, saber nada de mi. Eso es demostrar. ¿Dónde estabas cuando me pasaba las noches enteras en el Hospital?
Yo te lo diré. De fiesta en Salamanca. Riendo y sin pensar en nada. Eso es demostrar. Puede que
nunca me metiera en tu cabecita, pero ¿sabes qué? si de verdad piensas así, me alegro de no
haberlo hecho nunca, porque ahora ya sé quién eres. Porque mi conciencia si que está tranquila.
Porque en esta vida las palabras se las lleva el viento.

¿Que yo tengo un problema? Si. Mi problema fue que me enamoré de la persona equivocada. Tu me leías, me buscabas, te hacías la tonta, al igual que yo a ti, palabras que
me atravesaban, porque de repente todo el mundo podía hacerte feliz salvo yo. Un día chapaste el blog, me diste la espalda y perdí las pocas dosis de ti con las que sobrevivía.

Desde entonces sólo he huído, sin buscar explicaciones, sin torturarme, sin querer leerte, ni verte y lo seguiré haciendo, porque si hay algo que ambos sabemos es que yo siempre me levantaré por las
mañanas sabiendo que te quiero y que mataría por un beso, por un abrazo tuyo, por robarte una sonrisa, por hacerte el amor, por compartir un instante en algún lugar desconocido, pero tu eso ahora no lo entiendes, porque nunca has amado a nadie, pero lo harás y para entonces me tendrás más cariño
todavía porque verás el infierno que es aprender a vivir con este vacío constante, y lo injusta
que es la vida con las segundas oportunidades.

Tu ya eres feliz desde hace mucho, déjame seguir siendo feliz a mi también.