lunes, 10 de agosto de 2009

El escondite

La tierra comenzó a abrirse formando grietas en el terreno lo suficientemente anchas como para poder dejar salir a la superficie sus gruesas raíces. Tiró con cuidado para no perder el equilibrio hasta que todas ellas estuvieron liberadas. Parecía pesado y el tronco de gran diámetro marcaba su larga vida en el bosque. Seguramente fuese el jefe de la tribu. Se le notaba en la mirada, firme y dura, sabia. Estiró sus ramas y arqueó lo que podríamos denominar su espalda para relajar sus músculos, pues las largas horas de inmovilidad continua le dejaban el tronco completamente sobrecargado. Cuando estuvo despejado se dirigió hacia un pequeño montículo y se asentó allí mirando hacia sus compañeros. Al parecer este comportamiento indicaba el comienzo del día, pues el resto de los ocupantes del bosque liberaron también sus raíces y se estiraron imitando los movimientos del jefe. El bosque entero había cobrado vida. Carlos no daba crédito a lo que veían sus ojos. Estaba escondido detrás de una roca, la cual le miraba disimuladamente sin hacer el mínimo movimiento para que no se asustara. Carlos observaba a los árboles. No hablaban entre ellos, y en vez de comunicarse, parecía que tenían un rito ya preestablecido. Se dispusieron todos mirando al jefe como esperando una orden. La piedra que escondía a Carlos se acercó también a esa especie de reunión. Todo el bosque quedó concentrado en unos pocos metros y Carlos, podría decirse que se situaba fuera de escena, como si a nadie le importara su presencia. El árbol del montículo se movió lentamente hasta darles la espalda a sus compañeros. Éstos se empezaron a poner nerviosos y a mirar en derredor como buscando algo. Todos los seres allí presentes se escondieron detrás de Carlos, ya que era el único que no pertenecía a la colonia y él, decidió no moverse al parecerle una idea graciosa que ellos también jugaran al escondite. El árbol jefe terminó de contar y miró pensativo a su alrededor. Nada por ningún sitio. Carlos se quedó sorprendido al ver que el sabio decidía ir a mirar por otro sitio en vez de ir a lo evidente, lo único que había en el bosque donde poder esconderse. Y también al pensar en cómo era posible que todo el bosque estuviera detrás de él sin ser visto puesto que todavía no llegaba al metro y medio. Aun así no se movió.
Estuvo varias horas en la misma postura y ya sentía cómo se le empezaban a engarrotar los músculos. Las piernas las notaba pesadas, aunque prácticamente ya ni sentía ni padecía. Y le hizo gracia pensar en que casi le estaban saliendo raíces. Pero poco duró ese sentimiento de diversión y en cambió comenzó a sentir lástima hacia los árboles. Sin más dilaciones, el bosque se “reordenó”. Habían estado toda la noche jugando al escondite, y el sol ya empezaba a asomar la cabeza por el Este, así que Carlos corrió a su casa pensando en una excusa que contarle a sus padres, ya que la vida real en el bosque, decidió guardársela para él solo.

1 comentario:

Desilusionista dijo...

*.*

Lo que te da de si una idea alocada a las tantas...madre mía bicha!