miércoles, 4 de marzo de 2009

Por si se secaba

Dejó su voz tendida unos días por si se secaba. Mientras pintaba el cielo, las sombras se escondían debajo de la mesa. Ella contaba hasta diez y las buscaba. Poco a poco las sombras desaparecieron y sin darse cuenta se quedó a solas con una. Fue entonces cuando la miró, la atrapó y ordenó que le imitara.

2 comentarios:

William Tea dijo...

- Tú.
Su dedo era una flecha que se clavaba en su pecho con acusadora certeza.
Él negó con la cabeza, nervioso.
Ella sonrió con ambigüedad, y asintió con lentitud a la vez que se acercaba con movimiento sensual hasta su presa.
Pero algo la detuvo. Sintió un escalofrío apoderarse de su nuca, y arqueó la espalda emitiendo un siseo más propio de un reptil que de una mujer.
Al mirar en derredor, buscando la causa de su inquietud, vio a alguien que sobraba en el círculo.
Era una fiesta privada, de diez platos por mesa.
Había una undécima víctima mirándola fijamente. Y no estaba atada a la silla.
Miró de reojo al hombre que había elegido como aperitivo esa noche. Su sangre olía bien, incluso a tres metros de distancia. Pero la sangre de aquella otra mujer...
Sin preocuparle qué podría hacer allí una persona de más, se abalanzó sobre ella con un rugido inhumano, y se apoderó de su cuello, bebiendo con avidez de su dulce yugular, entornando los ojos al probar el mejor sabor que había conocido en su vida...
- ¡EH, TÚ! - el chillido la despertó de su ensoñación, y una lata vacía le golpeó la frente.
Se frotó con su pálida y delicada mano el lugar donde había impactado el casi inútil proyectil, y observó con una mueca de odio al imbécil que le había atacado sin previa provocación.
Eran unos niños pequeños, de apenas nueve años, que corrían calle abajo a la vez que unas risas estridentes se alzaban hacia el cielo, que se oscurecía por momentos. Gritaban algo de vampiresas y góticas asesinas.
Ella suspiró con desagrado, y se levantó. Estaba, como siempre, sentada con la espalda apoyada en la pared de una enorme casa cuyo interior jamás había visto, más que en sueños, y que le atraía cada tarde a sus muros con la suave melodía de un piano, a veces acompañada de los acordes de una guitarra.
Al principio, se sentía estúpida. Ir a sentarse junto a una casa sólo porque dentro oía a alguien tocar el piano no tenía mucho sentido.
Pero la música, de algún modo, era capaz de rasgar su alma, y arrancar pedacitos de inspiración. En esos momentos, su mano volaba sobre el papel, o su mente sobre sus pensamientos. Dibujaba, escribía, imaginaba.
Por su aspecto, llevaba años soportando las burlas de los que se consideraban "normales". Ignorantes, paletos conformistas que no intentaban destacar, ni demostrar que eran capaces de pensar por ellos mismos.
¿Destacar? No. Ella sólo pretendía que la gente supiera que tenía personalidad. Que no se dejaba manejar por nadie. Que ella elegía qué hacer, y qué vida llevar.
- ¿Vampiresa? - dijo una voz con curiosidad a su espalda. Al girarse, vio a un joven de pelo largo, negro y liso, observarla desde la puerta abierta de la casa a la que había estado yendo desde hacía meses - ¿Eres una vampiresa de verdad?
Ella entornó los ojos, intentando discernir si intentaba reírse de ella o estaba siendo sincero. La música había dejado de sonar, y se preguntó si era él quien tocaba el piano cada tarde.
Sus manos eran toscas y enormes. Era imposible que unas manos así compusieran algo capaz de estremecer todo su cuerpo y hacerla suspirar por más.
Él era de facciones delicadas, con un piercing en el labio inferior, e incipiente barba de un par de días.
- Sólo en mi mundo - respondió, arrepintiéndose al instante de haberlo dicho. Seguramente pensaría que era una pirada. Tras unos segundos de silencio, una cristalina carcajada rompió la quietud.
- ¡Qué curioso! - exclamó él con una sonrisa radiante y mirándola fijamente a los ojos. Ella se sintió incómoda, escrutada por esos enormes ojos grises - ¿Eres tú la que se pone bajo mi ventana todos los días?
Sintió que se sonrojaba. Era inútil negarlo, así que asintió, y él le sonrió, afable.
- Entonces, señorita Vampiresa, ¿le gustaría entrar a escuchar la música en vivo y en directo? - preguntó haciendo un gesto que la invitaba a pasar.
Ella se mordió el labio, dubitativa. Podría ser un pervertido. Tenía manos de pervertido.
Pero aquella música...
Merecía el riesgo.
Al entrar, el color rojo sangre de las paredes la dejó anonadada. Un fuerte olor a incienso inundó sus fosas nasales, y la sensación cálida y embriagadora de noches de alcohol y marihuana la abrazó con dulzura. Era el ambiente que deseaba que su casa tuviera algún día.
Lóbrego, cálido, único. Bohemio.
Él la guió por unas escaleras hasta una habitación en la que sólo había un piano.
Era más pequeño de lo que ella pensaba que sería un piano.
Para su sorpresa, él no llamó a nadie para que viniera a tocar.
Se sentó, y se crujió los dedos.
- ¿Por qué vienes todos los días? - preguntó. Ella se dio cuenta de que la voz le había cambiado. Se había vuelto más suave, aterciopelada y grave. Sensual y excitante. La mirada que él le dirigió estaba llena de sensaciones que le estallaron en el pecho. ¿Cómo una persona podía cambiar tanto por el mero hecho de sentarse ante un instrumento?
Las toscas manos de él temblaron sobre las teclas, mientras la contemplaba, expectante.
- Yo... a... a mí... me gusta la música - admitió ella mirándolo con timidez y sonrojándose. Él bajó la vista, y ella pudo advertir la tristeza que ocultaban sus párpados. Una media sonrisa irónica asomó a sus labios, y frunció el ceño mientras esa mueca burlona se mantenía en su rostro.
- ¿Qué puedo tocar de una vampiresa...? - preguntó en voz alta. Parecía que hablaba consigo mismo.
Sus dedos bajaron con brusquedad, y los agudos se mezclaron con los graves en un baile frenético de sonido dulce y excitante, que logró erizarle los vellos de la nuca.
Él tocaba aún con la vista fija en algún punto del suelo, frunciendo el ceño cada vez más e inclinando la cabeza ladeada sobre el piano, como si intentase oír algo entre las rápidas y acertadas notas que escapaban entre sus dedos.
Poco a poco, la melodía fue bajando el ritmo, y la macabra canción que comenzó como un sinsentido de embriagadora pasión y velocidad fue muriendo con lentitud con sosiego y paz, acariciando el cuello de ella y haciéndole morderse el labio inferior.
Cuando la música murió, se dio cuenta de que estaba sentada contra la pared, abrazada a sus piernas, mirándole con devoción.
Se levantó con la cara enrojecida, y notó sus mejillas húmedas.
Sendas lágrimas resbalaban de sus ojos, y se los frotó, avergonzada.
Él tenía los ojos cerrados, y el rostro contraído en una expresión de profunda concentración.
Finalmente, suspiró, y se irguió en el asiento.
Entreabrió los párpados, y le sonrió.
Ella notó un escalofrío adueñarse de su nuca, otra vez.
- Tú...


(¿puede que sea éste?)

Ladrona de Mentiras dijo...

Éste es^^