viernes, 13 de marzo de 2009

Estás hecho un desastre

Bien. Coge aire. Acaba de sonar el despertador y estás tumbado en la cama con los ojos abiertos como platos, mirando al techo totalmente estirado boca arriba. Te pesa el cuerpo. Estás pegado al somier y no puedes levantarte. Cuentas hasta tres, coges impulso y consigues incorporarte. Te frotas los ojos mientras recuerdas lo que has soñado. Otra vez aquellas malditas imágenes sin sentido. Otra vez la palabra sentido. Pones los pies en el suelo. Primero el derecho, que aunque no eres supersticioso mejor prevenir que curar. No estás como para ponerte a jugar con esas cosas. Tambaleándote consigues llegar al servicio. Te desnudas. Apoyas las manos en el lavabo y te miras en el espejo. Estás hecho un desastre. Deberías afeitarte. Y eso de dormir tres horas te está saliendo caro. Aun medio dormido te metes en la ducha. Abres el grifo y antes de que el agua coja su temperatura te cuelas debajo de la alcachofa y dejas que el agua fría recorra tu cuerpo. Cierras los ojos y te concentras. Es de las mejores sensaciones que tienes a lo largo del día; notas cómo se te eriza cada poro de la piel y cómo todo tu cuerpo consigue firmeza poco a poco. Te pegas una ducha rápida y cuando el agua comienza a cambiar de temperatura en señal de que alguien también quiere ducharse, apagas el grifo y sales de la ducha. Vuelves a mirar el espejo. Ahora tiene vaho, así que no puedes verte. Sólo consigues identificarte con algo un poco abstracto, indefinido. Piensas que todos los espejos de tu casa deberían tener vaho.

Te vistes, no te apetece desayunar. Coges tu polaroid, la chupa de cuero y el paquete de tabaco. Te dispones a salir por la puerta. Al abrirla escuchas como algún vecino espera al ascensor. Tú esperas a que espere, no te apetece que nadie te hable, y menos que nadie te vea. A veces te pasa, te gustaría ser invisible, saber todo lo que pasa a tu alrededor pero que nadie sepa acerca de tí. Desaparecer y que a nadie le importe. Que nadie te eche en falta ni te necesite para nada. Pero por una razón o por otra siempre hay alguien esperando al ascensor, o llamando a tu teléfono, o incluso se te cruzan por la calle y vuelves la cara como si no hubieras visto nada. Sabes que lo han notado, pero es un movimiento reflejo. Tu cerebro ordena y tu cuerpo obedece. Y tú no tienes la culpa. Odias las ciudades grandes, pero estás empezando a odiar más aun las ciudades pequeñas.

Por fin, parece que ya no hay ningún vecino dispuesto a usar el ascensor, así que lo coges y bajas a la calle. Abres el paquete de tabaco y con los labios agarras un cigarro. Lo prendes e inhalas el humo. Es otra de las mejores sensaciones que tienes a lo largo del día, pero esta vez te recorre por dentro. Te lo fumas lentamente mientras caminas. Conoces las calles al dedillo, así que elijes las más estrechas y solitarias. Te apetece hacer mil fotos. Te gusta la fotografía porque sientes que no te pide nada a cambio. Das lo que sabes dar y ella te ofrece sensaciones que incluso no sabías ni que existían. No es egoísta. Y es del todo tuya. Sólo tuya. No te echa en falta, en todo caso tú a ella. Cuando la necesitas está y cuando no desaparece. Sabes que seguramente haya muchas cosas más que te ofrezcan lo mismo, pero para ti fotografía es sinónimo de seguridad, y realmente la necesitas. Mientras avanzas disparas y dejas caer las fotos al suelo. Llegas a una calle sin salida, al parecer no te las conocías tan bien. Al final de la calle hay un muro que no te deja ver lo que hay al otro lado. Decides saltarlo, seguramente allí puedas hacer mil fotos. Te subes como puedes. Ves que con respecto al otro lado del muro estás mucho más alto. Demasiado alto. Pero aun así quieres llegar a él así que saltas. La caida se hace eterna. Parece que a medida que te acercas al suelo éste se aleja más y más. Tienes los ojos cerrados y el viento te acaricia la cara. Extiendes los brazos como si de un momento a otro fueras a planear, pero no lo haces. Mientras caes solo puedes pensar en las fotos que has dejado por el camino. ¿Serán útiles para alguien? Abres los ojos y llegas al suelo. Caes en plancha. Un tremendo golpe fuerte y seco impacta contra tu cuerpo. Sientes que te conviertes en polvo y desapareces.

El ruido estridente resuena en tu cabeza. Parece que se te ha olvidado respirar. Alargas el brazo para encender la luz.¿Un interruptor en mitad de la calle? Bien. Coge aire. Acaba de sonar el despertador y estás tumbado en la cama con los ojos abiertos como platos. Mirando al techo. Estás totalmente estirado boca arriba. Te pesa el cuerpo. Estás pegado al somier y no puedes levantarte. Cuentas hasta tres, coges impulso y consigues incorporarte. Te frotas los ojos mientras recuerdas lo que has soñado. Otra vez aquellas malditas imágenes sin sentido. Otra vez la palabra sentido.

3 comentarios:

William Tea dijo...

¿Ves?

Para escribir sólo hay que escribir. Y a ti te sale genial.

Jolene Aims dijo...

Oh,magnifico relato ^^. A parte de porque entiendo que es eso de levantarse y no tner ganas d ablar con nadie y desaparecer detras de mis auriculares, porque adoro los relatos circulares :P.

Me alegra que te guste mi relato, pensaba continuarlo, pero me ha gustado mas tu interpretacion ^^.

Otro blog para mi coleccion!

Ladrona de Mentiras dijo...

Tranquila, que aquí está tu comentario =)
Tengo la moderación de comentarios y en realidad no sé por qué, así que voy a quitarla. Yo también voy a guardarte para seguirte a menudo^^