domingo, 7 de junio de 2009

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A pesar de que mis siestas sean cortas, hay días en los que incluso tengo pesadillas (aunque mis pesadillas tienen de todo menos de pesadillas). Hoy es uno de ellos. Aún estoy con la sangre revolucionada.

Visualizad la imagen. Por alguna razón que desconozco estaba con mis padres. Mi padre tenía un sobre sin abrir cuya procedencia también desconozco. Mi madre y yo no teníamos nada raro. Bien, os diría donde estábamos pero sólo sé que se llamaba París, era una callecita de París, aunque no creo que aquello lo fuera.
Vale, a partir de ahora empezó el movimiento.
Le digo a mi padre que abra el sobre. Mi padre obedece. Es una receta médica para un tal Ceporrillo (no me acuerdo del nombre real). Creo que junto a la receta médica venía una carta explicándonos la situación y nos pedía que encontrásemos a ese niño y le diéramos el medicamento. No sé muy bien por qué pero debíamos tener prisa, como si se fuera a morir de un momento a otro el chiquillo. Decidimos “separar” nuestros caminos. Lo pongo entre comillas porque yo estaba con uno o con otro según me convenía. Mi padre fue en busca de Ceporrillo. He de decir que casi era una misión imposible, pues en la carta solo ponía la vida que había tenido el pobre chico y su nombre. Y aquello era París. Bueno, esta vez yo iba con mi padre. Corríamos por las calles de París como si nos fuera la vida en ello y como si supiéramos nuestro destino. Que al parecer debimos saberlo, porque encontramos a Ceporrillo a la primera: llegamos a una callejuela oscura y estrecha, dos pequeñas luces amarillas la iluminaban. Caminaban dándonos la espalda un hombre alto y un niño de unos 12, 13 años.

(Yo).-Es él.
(Padre).- ¿Estás segura? .-dijo mientras comprobaba el nombre en la carta, como si allí estuviera la respuesta.

Asentí con la cabeza y nos acercamos muy despacio.

-Perdone! Oiga señor..

No reaccionaban ante nuestras palabras así que nos pusimos delante cortándoles el paso. Le enseñamos la carta al hombre como si de una foto se tratase, diciéndole en pseudo-francés que buscábamos a ese muchacho y que estábamos seguros de que era su acompañante. Por fin, el hombre enfocó la mirada y se paró. Ceporrillo siguió con la mirada perdida sin modificar su velocidad al caminar. Como si aquello no fuera con él. No recuerdo la cara del hombre, solo recuerdo que se alteró un poco al leer el nombre que estaba escrito en la carta, y después de un par de minutos esperando unas palabras de su boca nos sorprendió con un:

-Loco.


Mi padre y yo nos echamos una mirada en la que se leía: “Este hombre es idiota o no ha entendido nada de lo que hemos dicho”. Así que optamos por la segunda opción y se lo volvimos a intentar explicar de nuevo (estoy pensando que posiblemente habría sido más fácil preguntarle directamente al muchacho, pero no sé, cosas del directo). El hombre volvió a responder con lo mismo pero esta vez más alterado, nos retiró la mirada y empezó a caminar rápido en dirección contraria a donde iba Ceporrillo mientras repetía entre dientes una y otra vez la respuesta. Pasamos del hombre y nos fuimos a por el chico el cual ya apenas se veía. Cuando quedaban menos de 3 metros para llegar a él, apareció gente de todo el mundo en la que cualquier persona puede perderse. (Como en las pelis de persecuciones, que siempre aparece mucha gente en los momentos más oportunos, ya sabéis). Nos cagamos en toda su familia mil veces, y poco más.

De repente yo estaba con mi madre, subíamos unas escaleras casi de 6 en 6 para llegar a un sitio en el que habría una farmacia. Y al subir allí estaba, cruzando la calle.

-Mira mamá, ¡ahí está!
-¿Dónde?¿Eso? Eso es una inmobiliaria.

(y ciertamente lo era)
No, espera. Estábamos en un metro. Un metro en el que había que pagar para salir. (mis sueños son así, estás en un sitio y al volver a mirar es todo completamente distinto). Y nosotras queríamos salir. Las de los tickets eran inútiles. Dos. Una la típica cotilla, rubia tontita .Teléfono en hombro-oreja mientras se lima las uñas y le cuenta la última de su nuevo “churri” a su amiga la Vane. La otra, la pobre pringadilla amargada, que tiene que ganarse un dinerillo y no le queda otra que aguantar a la amiga de La Vane. Mi madre y yo desesperadas por salir. Las dos pedorras empiezan a discutir. Nos ignoran. No somos nada, nada, nada…Y me encuentro sola corriendo hacia el portal de mi casa. (Siempre que tengo pesadillas y sueño con mi casa, entro al portal llegando por el mismo sitio, por el cual en la vida real nunca voy). Nada raro en el portal, el mismo de siempre. Pero entran dos hombres con pintas extrañas a la vez. Como hay dos ascensores y cada hombre se mete en uno, descarto al misterioso tipo de la gabardina color beige y me decanto por el de pelo engominado y cara de loco psicópata (repito, cosas del directo). Le da al 3, yo decido no pulsar mi piso para que él no lo sepa. Tuvimos una conversación normal típica de ascensor (hablamos del tiempo), si no tenemos en cuenta su sonrisa de loco y su mano agarrado fuertemente mi brazo desde no sé qué momento. Se abre la puerta del ascensor y estamos en una azotea. Al parecer el 3º es una azotea y además tiene bar. Yo, sin pensármelo le doy al 9 (porque al parecer ahora vivo en el 9). Doy gracias a Dios porque ese loco no pasara de loco. De repente el ascensor se convierte en globo. Yo miro al hombre mientras sigo dando gracias a Dios. El hombre me mira, me mira con cara de más loco aun. Me mira y me grita cosas que no entiendo. Mientras grita cada vez con más furia gesticula y yo me muero de miedo. Cada vez le veo menos, el globo ha cogido una altura considerable y creo que me he pasado de piso. Veo toda Zamora.

-Mierda, no sé como se dirigen los globos.

Algún gracioso debió leerme el pensamiento. No pasaron 5 segundos cuando aparecieron a mi lado dos pequeños cohetes que impactaron sobre mi globo, haciendo que éste descendiera (véase en cámara lenta todo)

Ahora estoy en mi habitación con una amiga. He salido ilesa de la caída. Le estoy contando toda la historia y lo único que atina a decir es:

-Es que los jóvenes de hoy en día…

A mi no me sorprende su respuesta. Aunque tampoco me da tiempo a reaccionar. Me despierto. Menos mal, todo ha sido un sueño. Me levanto y se lo cuento a mis padres.

Lloro como un bebé. Estoy agitada y nerviosa. No me gustan los medicamentos, ni las personas, ni los globos.

Ahora me despierto de verdad. Abro los ojos y cojo aire.
Odio soñar que tengo pesadillas.

2 comentarios:

R dijo...

Raro, surrealista, y extrañamente familiar...

Ladrona de Mentiras dijo...

familiar?